Frente a lo que fue la casa natal de Carmen Martín Gaite, en la Plaza de los Bandos, mirando a la iglesia donde fue bautizada y a la callecita que se convirtiera en refugio contra la guerra, mis nuevos amigos escuchan la voz de la escritora hablando de «su» plaza, y leyendo, con las yemas de los dedos sensitivas y raudas, las páginas de su casi autobiografía ‘Entre visillos’. El Ayuntamiento de Salamanca nos ha facilitado el acceso a la estatua de la autora, obra de Narcisa Vicente, y ahí van las manos que leen, las manos que ven, a unirse a las de Carmen Martín Gaite, quien abraza sus libros y cuadernos. Emoción absoluta.
Cae el agua en la fuente de la Plaza de los Bandos con su música a despecho de los años que han pasado y las futuras reformas municipales que han de mantener su esencia decimonónica. Suspiran los perros guías buscando la sombra de un sábado que ya apunta calores, mientras este grupo tan especial de turistas literarios escucha atentamente las páginas que tan bien han leído previamente. Amigos desde la infancia en las escuelas de la ONCE, este grupo de amantes de la lectura no solo intercambian libros, sino que organizan viajes literarios, perfectamente documentados, para visitar los espacios de las novelas que les han gustado. Ya recorrieron Valencia buscando los rastros de Arroz y tartana, o el Oviedo húmedo y hospitalario de La regenta. Han pateado el Valladolid de El Hereje, el Madrid de Fortunata y Jacinta, y ahora, es Carmen Martín Gaite, aquella a la que la ciudad hace esperar para un merecido medallón en «su» plaza grande, quien les recibe.
Ante las puertas del Casino, en esa placita que conjura el tiempo que es la de la Libertad, mi nuevo amigo José Antonio lee los intentos de Natalia Guilarte por divertirse en los bailes de la época. Es emocionante para una persona que ve, «ver» cómo alguien que no lo hace, lee con los dedos rápidos. Apoyados por voluntarios de la ONCE, mis amigos se desplazan con paciencia, seguros y atentos. Sus manos sobre la estatua de Carmen Martín Gaite me hacen llorar, y su conocimiento de la obra y de la vivencia en cada espacio en el que se detienen, también. Incluso uno de ellos hace bromas cuando recalamos en la Taberna de Dionisios, donde Carlos nos acoge generosamente, porque las sillas de madera y las barricas de vino convertidas en mesas altas son también objeto de atención para estas manos que todo lo saben.
La ruta, perfectamente organizada, bajará después al río donde la autora y sus protagonistas remaban admirando el alto soto de torres unamuniano. Se detienen en cada punto del camino narrado en la novela y escuchan atentamente los fragmentos de la misma. Es como si se detuviera el tiempo. No hay coches, no hay gente, no hay infinitas terrazas, sino un silencio que conjura el tiempo y el espacio. Es la magia de la literatura, y todos los sentidos se afinan para hacerlo vivir en las palabras en braille, para situarse en el tiempo y el espacio de los años cincuenta, cuando las niñas bien de Salamanca soñaban con casarse con un aspirante a notarías, un piloto de Matacán o un descendiente de familia ganadera.
Tiene esta Salamanca nuestra literaria, visitantes ilustres, pero quizás nunca tan entregados y especiales como mis nuevos amigos, quienes con valentía se dicen a sí mismos «ciegos» con gran admiración por parte de un autor tan importante como novela Abad F. La suya es una entrega literaria rigurosa, lúdica –aman el encuentro con los buenos amigos de siempre- y capaz de sortear cualquier obstáculo. Y les escucho emocionada mientras hacen vivir a Carmen Martín Gaite en las calles de su memoria, recorriendo las estaciones de su novela, deteniéndose para sentir que las páginas están vivas. Tan vivas como nuestra autora, la que celebramos en este, su centenario, que recibe un homenaje muy especial de un grupo de personas muy especiales a las que he tenido el placer de acompañar en un trecho de la ruta literaria más emotiva que conozco. Y como sus perros guías, me echo al suelo a mirarles emocionada y agradecida, la lengua fuera de puro contento, en la sombra bienhechora de la Plaza de los Bandos, ahí donde naciera, hacen cien años, nuestra querida Carmen Martín Gaite, la autora de Entre visillos, que recibiría como se merece este tan especial homenaje.
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